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Un día cualquiera en Quibdó tiene la presencia interminable de un lugar que nunca cierra sus puertas, que como los buenos amigos permanece atento a quien lo necesita, que como los buenos amigos nunca apaga las luces de su casa. Ese lugar con el que siempre cuenta este pueblo tiene un nombre que lo define: La Esperanza. Y aunque a él acudamos cuando una pérdida nos agobia, encontramos la calidez de la que estamos hechos y la calma sabia de quien sabe lo que hace. El Parque Cementerio La Esperanza lleva nada menos que 50 años sin apagar sus luces, sin cerrar sus puertas, sin dormir, con una sonrisa que siempre recibe a quien a veces sólo tiene dolor. La Esperanza resulta ser mucho más que un nombre, y claro, mucho más que una empresa. Ha nacido de las entrañas mismas de la cultura chocoana, del entender nuestra manera de ver la vida y el fin de ella. Don Guillermo Arriaga fue ese gran hombre transformador de su entorno que logró hacer lo que nadie en esta tierra había hecho, establecer una entidad que apoyara a toda una sociedad en sus rituales funerarios, de una forma amistosa y con la profunda comprensión de quien ha nacido en estas hermosas tierras. El carácter emprendedor de don Guillermo lo llevó de una cosa a la otra, pero como las misiones de las grandes personas llegan cuando tienen que llegar, todo ese trasegar finalizó con la consolidación de este proyecto más humano que comercial, que más que una empresa es la extensión del sentir de la gente. Y que como las grandes obras, ha sido heredada y recogida por sus descendientes, quienes apoyados en la fuerte presencia espiritual de don Guillermo, han mantenido vivo su legado a través del servicio de una institución pionera en el departamento del Chocó. Hoy celebramos medio siglo de presencia de La Esperanza entre nosotros, y no nos queda más que la gratitud y el deseo de que continúen siendo la luz que nunca se apaga, la puerta que nunca se cierra y la sonrisa que siempre nos recibe con amor.

Historia de una misión 

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